De charla con Franky

Francisco Santos Muñoz Rico
En primer lugar, y en modo presentación, decir que uno de nosotros está en Madrid y el otro en Almería. Los dos llevamos barba, nos gusta el rock en todas sus vertientes y sentimos cierta fijación literaria el uno por el otro. El motivo de la entrevista se debe a la publicación de su primer poemario: Injertos. El cual ha publicado con nosotros: Open City. Sello independiente del que soy editor y mandamaso.
   Para poneros un poco en materia diré que Francisco Santos Muñoz Rico firma sus libros con todos sus nombres y apellidos, cosa que me parece genial. Es un tipo con un estilo que quiere demostrar que aquella literatura gótica, romántica, no ha muerto. Podemos comprarlo al gran Machen, a Meyrink, Bierce, mezclado con retazos de King e influenciado por la gran literatura rusa de finales del siglo XIX y principios del XX. A veces pienso que Franky invocó al espíritu de Fiódor, lo metió en un frasco bendecido por Phil Anselmo y se lo bebió con whisky. El resultado lo convierte en un ser único del que
me siento orgulloso, porque aunque sea complicado acceder a mí, él lo ha conseguido. Pese a los kilómetros que nos separan hemos forjado una amistad que sobrevuela por sendas oscuras y tenebrosas.
Bueno, os dejo ya en paz. Voy al lío, que para eso me pago a mí mismo:
   —¿Qué pretende el autor que llevas dentro? Quiero una respuesta seria y otra de coña.
   —Resulta que últimamente, desde que tengo lectores, he pensado en esto del pretender, y puedo decir seriamente que pretendo lo mismo que pretende el rayo o el tsunami: surgir, de donde habitualmente no surge nada, en forma grandiosa y destructora, dejar anonadados a los testigos, compungidos, asustados, hacer que lloren y que por fin: rían. Quiero que después de leer un libro mío, el lector quiera leer otro. Y lo quiero porque creo en mi propia obra (esto ha tardado en llegar, me ha costado un tanto, y he necesitado de otros para conseguirlo, de gente como tú). También quiero dinero, al menos para no tener que trabajar nunca más como esclavo, sin coñas.

   —Personalmente tu poemario me parece una obra maestra, ¿Cómo lo consideras tú?
   —Lo he vuelto a leer y me parece bastante bueno, si no fuera mío me interesaría, me gustaría, creo que tiene fuerza, corazón, furia. Ya he escrito otro, por cierto.

   —¿Qué hace Franky para vender libros?
   —Darme autobombo en Instagram, un poco en feisbuc, y poco más: me da pereza cualquier otra cosa. Pido a los lectores: si te gusta, compártelo.
 
   —¿Si no fueses Franky, quién serías, una reencarnación en perro, quizás?
   —Nunca lo he dicho en público, pero solo porque nunca tuve público: yo fui Bruce Lee en mi anterior encarnación, no tengo duda de ello. Pero siempre he querido ser el monstruo de Frankenstein,
así que me pido ese.

   —En tus poemas me veo reflejado de un modo cotidiano y natural, ¿crees que le pasará a mucha gente lo mismo, o estamos enfermos?
   —Estamos enfermos, por supuesto, la enfermedad (mortal) ya la diagnosticó Soren Kierkegaard hace casi doscientos años. Pero también le pasará a mucha gente; de hecho cada día, en este Kali Yuga, más personas son conscientes de esa enfermedad mortal y por tanto: deben verse reflejados en mis poemas, y si no se ven: tienen un problema grave.

   —¿Usas música para escribir, o con los gritos de tus hijos tienes bastante inspiración?
   —De hecho la uso extremadamente alta, con auriculares, para no escuchar a esos cuitados tunantes, mucha tralla metalera, pero también mucho Battiato, Spinetta, Javier Bergia, Tchaikosky, Holst… No diré, como dicen ciertos conspicuos capullos, que escucho “de todo”, porque eso sería autotildarme de idiota.

   —Dos poetas y dos poemarios.
   —Cualquiera de Manuel Vilas, El Hundimiento, por ejemplo. Y por coger más poetas, jeje, Lenguas de Lava, de varios autores, todos cojonudos, todos me sirven de espejo límpido.
   —Elige un poeta o escritor gótico al que pudieses devolver la vida durante una noche, pero solo para sacarlo de fiesta, y suelta por aquí cómo sería esa sesión fiestera.
   —Joder: no tengo que pensarlo: Charles Robert Maturin. Solo beberíamos cerveza y tomaríamos speed en un tugurio de carretera de mala muerte, le hablaría de Oscar Wilde (que fue casi descendiente suyo) y le pediría que me hablara de sus cosas con Walter Scott. Tal vez le leyera un cuento de Kafka y le dijese que era mío, para que flipase. Luego nos pelearíamos con unos camioneros por la elección de la música, al filo del amanecer.

   —Despídete cómo quieras.
   —Pues decir a los cuatro gatos que lean esto hasta el final que si notan algo dentro, como arcos voltaicos que quieren salir por sus ojos o puños, que se pillen algún libro mío, el poemario o el que le
salga de los cojones, y que si les gusta que me den bombo, que son mi único medio de propagación: es decir: como cantaron Barón Rojo: “dame la oportunidad”. También me gustaría que me tradujesen al noruego, y terminar mis días allí, en una casa de madera junto a un fiordo con la mujer que amo: Marina. Gracias por tu apoyo, doctor.